Un paseo por las alturas de los Andes dilata los sentidos, sobre todo el pecho en busca de oxígeno si no estás acostumbrado a la altura. La experiencia de andar casi sin aire entre montañas es difícil de describir para las criaturas del llano.
Cambiar de aires se dice muy fácil, pero cuando respiras uno tan límpido como ningún otro y sin embargo tus pulmones quieren más pues no les alcanza a pesar de aspirar más que un fuelle, el mareo te gana y no por la altura y necesitas aportar oxígeno a tu cuerpo bebiendo agua o con otras formas, te das cuenta de que no todo es como lo pintan.
Esas sensaciones las pude sentir nítidamente en la visita que hicimos a las provincias argentinas de Salta y Jujuy, en lo que se conoce como el NOA o Noroeste Argentino, un contraste abismal entre esa región y el Noreste (NEA) donde vivo, pues cambia desde el paisaje hasta las costumbres y cultura, con todo y que sigue siendo un país.
Viajar desde las llanuras del Chaco y la humedad caliente de las selvas tropicales del NEA al clima frío y seco casi constante del NOA, es una vivencia increíble, casi imposible de contar con la suficiente exactitud, pero como ningún esfuerzo es vano, garantizo hacer el mejor de los míos para hacerlo.

CAMINITO LARGO HASTA EL PASEO POR LOS ANDES
Dicen que lo importante no es el destino, sino el viaje, pero no estoy de acuerdo totalmente. La magia de andar no supera a la de llegar, quizás sean hermanas, casi siamesas. Viajar por las rutas argentinas es en sí un desafío, la monotonía del paisaje por cientos de kilómetros solo es rota cuando, de súbito, te salen al encuentro pequeños pueblos.
Abundan los oratorios al Gauchito Gil, un personaje de la tradición popular que consideran milagroso y es objeto de culto. En cualquier punto encuentras esas pequeñas y medianas ermitas de ladrillos, colmadas de cruces y telas rojas ondeando al viento, en recordatorio a quienes murieron en accidentes o simplemente ofrendas de devotos a la vera de la ruta.
Desde Clorinda a Salta hay 1.092.7 km de carreteras que atraviesan las provincias de Formosa, Chaco, Corrientes y Santiago del Estero hasta llegar a esa ciudad histórica, cuna del caudillo Martín Miguel de Güemes, donde ya se empieza a sentir el frío, mayormente seco, proveniente de las estribaciones de los Andes.
Antes de seguir viaje hacia Jujuy, se impone una parada, en la que despejes la garganta de los polvos del camino con una cerveza Salta (en mi caso preferentemente negra) y una docena de empeñadas “salteñas”, en cuya confección hay carne de res cortada a cuchillo; no molida como otras análogas; picante y una salsa muy particular.

ENTRE LOS ANDES, SIN AIRE PERO DE PASEO
Y ya desde allí, empieza la aventura para andar entre nubes, que se torna borrosa cuando empiezas a ascender por la tortuosa ruta de montaña que llega a un punto máximo de 2060 metros de altura, si vas hacia el Salar Mayor en Jujuy, muy cerca de la frontera con Bolivia. Y es borrosa porque a medida que asciendes se hace más difícil respirar.
Ahí se entiende por qué es tan importante el cuyo, ese mascado de hojas de coca tan peculiar de los hijos de esas sierras, que lleva más oxígeno al ansioso pulmón. Se comen también caramelos de coca y miel que dan energía y aire. Se bebe agua que agradece el cuerpo, en un ejercicio de romper sus moléculas, tirar al hidrógeno y acaparar el oxígeno.
Mientras subes, ves a lo lejos los vehículos. En cada curva parece como si al doblar pegado a la montaña, una parte del vehículo saliera al abismo y el estómago sube y debes tragar hasta que, al enderezar, ves de nuevo la ruta. Entre recodo y recodo, alcanzas a distinguir minúsculas casas y sembrados, al estilo milenario de los incas, en terrazas.

EL CERRO DE SIETE COLORES, UNA VISIÓN QUE TE DEJA SIN (MÁS) AIRE
Y de pronto, el camino se ensancha y allí, destacándose de la monocromía de verde opaco, gris y marrón oscuro, salta a la vista el Cerro de Siete Colores, llamado así porque sus capas minerales de siglos han quedado expuestas y muestra al viajero un increíble arcoíris pétreo, como una postal apuntando al camino.
La naturaleza ha hecho un maravilloso cuadro en ese lugar, sitio obligado de parada de buses y autos para obtener como recuerdo una foto insuperable, pero que no es el final del camino, sino apenas un alto para seguir adelante. La Quebrada de Humahuaca es como el gran cañón de la zona, que abre paso hacia el Gran Salar.
Y tienes que mascar más hojas de coca, caramelos y beber más agua, y obligar a tu pecho a que acumule más aire del que puede contener, porque los gritos del cuerpo por tener más oxígeno solo son comparables con la agonía irónica de que el bus que te lleva se descomponga a cien metros del punto de cruce a 2060 de altura sobre el nivel del mar.
Quedas entonces en un balcón de dos kilómetros de alto, desde el que ves halcones y águilas como si fueran aves de corral, frente a ti boqueando como pez fuera del agua, echando afuera el aire de la civilización hasta que no queda un átomo de humo de autos o de smog, a golpes de tos como un asmático crónico.
Y lo que más rabia te da, es que llegan en ese preciso instante varios ciclistas de montaña, que con el mayor desenfado se fotografían riendo a carcajadas y gastando bromas. Se vuelven a subir a sus biciclos y allá van a pedalear para vencer a la montaña, mientras uno los mira entre asombrado y sintiéndose ridículo por seguir boqueando.

EL SALAR GRANDE, OTRA MARAVILLA DE LOS ANDES
Cuando logras traspasar ese límite que pareciera no llega nunca, entonces el vehículo se desliza miles de metros casi sin necesidad de motor. Ha de controlarse bien el freno para no despeñarse por los desfiladeros. Se hace más fácil respirar sin morder el aire a medida que los metros sobre el nivel del mar disminuyen.
Y llegas al Salar Grande, una inmensa mina de sal mineral a cielo abierto, fruto de la acumulación de cloruro de sodio por los deslaves milenarios de los Andes en un valle intramontano que parece no tener fin. Aquí el sol quema doble aunque el día esté nublado, pues el reflejo de su luz en la corteza salada hace como si caminaras sobre un espejo.
Las dimensiones se pierden, no hay referencias sino en la distancia, donde las máquinas extractoras de sal estacionan, solo activadas en horarios donde la afluencia de turistas es menor. El espesor de la capa de sal es tan grueso, que se ha construido una sala con bloques del mineral, donde el turista refresca del sofoco exterior sol – sal.

COMIDA, COMPRAS Y EL FIN DE FIESTA, CASI SIN AIRE
De regreso es ineludible la parada en los mesones de Humahuaca, donde lo habitual son platos a base de llama, cordero y; para los más exquisitos y pudientes; incluso de vicuña. Milanesas, asados o guisos, acordes con la preferencia de los comensales, adornan las mesas apenas minutos después de pedir.
Llena la panza el viajero enrumba hacia la plaza central y sus calles aledañas, donde puede comprar todo tipo de artesanías locales, desde alfarería y cerámica, hasta artículos de pelo de llama o vicuña. Son famosos los ponchos de esas procedencias por la protección contra el frío que otorgan.
Y tras la experiencia de montaña, las noches son un reguero de locales donde la cerveza y el vino fluyen a mares al ritmo de la chacarera, el carnavalito y otras manifestaciones del folclore argentino, donde baila cualquiera porque a nadie le importa cómo lo haces y todos preguntan cuándo empieza la fiesta, pero jamás cuándo termina.