La imagen tiene licencia bajo by Tommie Hansen CC BY 2.0

Crecí consciente de la admiración y el cariño que siente mi madre por el cantautor español Joan Manuel Serrat. No solo la escuchaba interpretar sus canciones, sino que también tuve acceso a un cuaderno con fotos que guardaba cual adolescente enamorada. La emoción de cuando pudo disfrutarlo en vivo asomaba en sus ojos cada vez que me contaba detalles de la experiencia.

Yo nací en el Caribe. Ese fue el primer mar que mojaron mis pies. Un mar cálido y hermoso al que extraño, y del que tengo lindos recuerdos.

Sin embargo, gracias a mi madre y a Serrat me considero hija adoptiva del Mediterráneo.

¿Y quién no conoce al Nano? Yo lo descubrí siendo una niña gracias a mi madre, pero hoy disfruto al escudriñar sus letras y encontrar en ellas influencias de poetas como Miguel Hernández, Antonio Machado y Federico García Lorca.

Quiso Dios que, siendo yo del Caribe, hoy viva a los pies del Mediterráneo, un amante sigiloso y constante que cada día regala colores y olores que no se pueden comparar ni con el misticismo del mar Negro, en el cual me adentré hace algunos años.

Cada vez que observo el Mediterráneo, ya sea desde la montaña o la llanura, vienen a mi mente aquellos versos con los cuales Serrat le hizo una reverencia que ha trascendido el paso del tiempo.

 “A tus atardeceres rojos
Se acostumbraron mis ojos
Como el recodo al camino.
Soy cantor, soy embustero,
Me gusta el juego Y el vino,
Tengo alma de marinero.
Qué le voy a hacer, si yo
Nací en el Mediterráneo”.
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