Me dicen que se llama Sara, no sé si es ese su nombre y a la verdad no me importa porque, más allá de un nombre, es un símbolo. La mirada en sus ojos al mismo tiempo nublados y brillantes es un poema lapidario para la dictadura cubana, el gesto adusto y la cacerola en sus manos, batiéndola al compás de su reclamo; el mismo que el de otros miles; con la rabia de tantos años frustrados.

La foto golpea, te revienta cualquier dique que tus lágrimas puedan tener y las saca a flote, con tan solo mirar el rostro que se pierde en arrugas, menudito… y sin embargo el gesto, el estar erguida en lucha con el tiempo y con su cacerola en la mano, te desmiente la debilidad y te llama a rebato.

Dicen que se llama Sara, pero no me importa. Puede ser mi abuela, esa que murió sin volver a verme porque no pude regresar a tiempo para abrazarla por última vez. Puede ser mi madre, dolida con los calendarios desechados sin tener a sus hijos al lado, porque nos largamos en procura de una VIDA (así, en mayúsculas, no una disminuida y carente).

No sé en qué pueblo está su casa, y tampoco me importa, porque es un golpe más que una imagen. Un golpe que resonó en toda Cuba ante tanto exceso de nada y tanto abuso de todo. Ella estuvo allí, en la calle, como otros muchos miles… protestando, diciéndole con su callado y cansado gesto que está cansada, que quiere más, que quiere otras cosas.

Me dicen que se llama Sara, pero no me importa, puede llamarse de mil formas distintas, como cualquiera de las miles de mujeres que ven en Cuba hoy marchitarse el presente, alejarse el futuro, emigrar a la sangre, olvidar la dulzura. Puede ser su nombre Mariana, o Manana, o Amalia, o… no importa, es una de las que salió a decir BASTA.

Quizás para algunos, esos que llaman a degüello contra su propia gente, las protestas del 11 de julio en TODA Cuba, no sean muestra de lo que un pueblo quiere. Les recomiendo mirarse en la profundidad irredenta de los ojos de Sara, en el brillo cansado y el gesto… ¡Ah, el gesto! Es mucho más que eso, mucho más, es un grito mudo, es ganas de andar.

Dicen que se llama Sara, pero no me importa, para mí y los miles que la han visto es Cuba. Cansada, añeja, maltratada, arrugada, pero irredenta, no vencida y con el gesto ¡ah, el gesto! No se rinde, no claudica, no teme y, pese a los años y las dificultades, se alza muda y mirando de frente a sus captores, golpea su olla… y cree en la esperanza.