Margaretha Geertruida Zelle (Mata Hari). Foto de Estudio promoviendo sus espectáculos en 1907. Dominio Público
Margaretha Geertruida Zelle, más conocida como Mata Hari, encantó a Europa con danzas orientales y como cortesana, pero su dudoso trabajo de espía la llevó a la muerte. El “Sol” u “Ojo del día” (traducción literal de la palabra malaya matahari), fue llevada a juicio el 24 de julio de 1917 y ejecutada en la Fortaleza de Vincennes, en octubre.
Mujer trágica si se quiere, una verdadera Femme Fatal, la neerlandesa que en realidad no tenía ninguna ascendencia asiática, despuntó por su belleza desde joven y comenzó su tragedia vital casándose con el capitán Rudolf MacLeod, militar 20 años mayor con el que llegó a Java y tuvo dos hijos: Norman-John y Louise Jeanne.
Perdió al primero tras envenenarlo un sirviente y su matrimonio, ya deteriorado, se derrumbó. Ese fue el inicio de su contacto con la cultura javanesa, en especial con las danzas folclóricas balinesas y las técnicas amatorias orientales que le proporcionarían, años después, su bien ganada fama como cortesana de lujo.

BAILARINA EXÓTICA Y CORTESANA
Y llegó a París en 1903, donde intentó triunfar como modelo desnuda, con el nombre artístico de “lady MacLeod”, sobreviviendo apenas por un año con lo que ganaba. Pero armándose de valor y con la baza de sus conocimientos orientales, se abrió paso en su nueva faceta: la de bailarina y cortesana.
La corriente literaria romántica de evasión trajo una imagen casi idílica y difusa de la cultura oriental. Con su largo cabello oscuro y facciones extranjeras heredados de la madre, la ahora Mata Hari se trocó en princesa de Java y debutó en el Museo Guimet propiedad del coleccionista Émile Étienne Guimet el 13 de marzo de 1905.
Su protagonismo en espectáculos de strip-tease, la aureola erótica y exótica dieron frutos. Conseguir localidades de primera fila en sus espectáculos llevaba a verdaderas batallas campales. Bailaba con finos velos translúcidos de los que se despojaba poco a poco durante el acto, hasta quedar vestida únicamente con una malla de color piel y joyas orientales.
Su fama y belleza la llevaron a romances secretos con militares e incluso políticos de alto rango, se codeó con la alta sociedad. Pero el tiempo, ese implacable, empezó a mellar sus encantos y para 1910, tuvo que desviarse de los escenarios y dedicarse más a las alcobas privadas para poder subsistir y mantener su tren de vida. Ni más ni menos que una puta de alto nivel.
LA GUERRA, EL AMOR, LA ESPÍA
Y al estallar la Primera Guerra Mundial, su país natal permaneció neutral, por lo que pudo circular libremente. Conoció al que llamó “el amor de su vida”: el capitán Vadim Maslov, piloto de 23 años, parte de la fuerza expedicionaria rusa de 50.000 efectivos, enviados al frente occidental en la primavera de 1916.
Maslov fue derribado y herido de gravedad en un combate en el que perdió un ojo y allá fue ella a pedir permiso para visitar a su amante herido en el hospital de campaña y aunque normalmente no habría sido tomada en cuenta, fue recibida por agentes del Deuxième Bureau que le dijeron que solo lo vería si aceptaba espiar para Francia.
Y la mandaron a sacarle información al Príncipe Heredero Guillermo, hijo mayor del Káiser Guillermo II, supuesto general alemán de alto rango en el Frente Occidental. La Inteligencia francesa creía que podría seducirlo, como ya lo había hecho antes, cuando actuó como bailarina y la llevó a sus aposentos privados antes de la guerra.

ESPÍA, PUTA, DECEPCIÓN
Pero el Príncipe no era el gran guerrero digno sucesor de los augustos Hohenzollern responsables del poderío prusiano, sino un playboy que dividía su tiempo y vida entre mujeres, fiestas, alcohol, e intrigando con políticos de extrema derecha, declarar a su padre demente, deponerlo y hacerse con el trono. Pura propaganda y nada más.
A fines de 1916, viajó a Madrid y se reunió con el agregado militar alemán, para concertar cita con el Príncipe Heredero. Supuestamente ofreció brindar inteligencia de los franceses a Alemania por dinero, no se sabe si por codicia o por lograr la reunión. Lo que sí se sabe es que los alemanes radiaron a Berlín loando a un espía con el nombre en código H-21.
Y los datos coincidían tanto que el tal Agente H-21 solo podía ser Mata Hari. Los franceses interceptaron los mensajes, cifrados con un código que los alemanes ya sabían roto. El general Walter Nicolai, jefe de inteligencia germano, se molestó porque Mata Hari no proporcionó nada útil, apenas un chisme parisino sobre la vida sexual de políticos y generales franceses y decidió exponerla como espía.

DEBACLE, FATALIDAD, LEYENDA
Y coincidió todo con los Grandes Motines del ejército francés en la primavera de 1917, tras el fracaso de la ofensiva de Nivelle, y que muchos creían en el colapso de Francia por agotamiento de guerra. Tener un espía alemán a quien culpar de todo fue lo más conveniente, lo que convirtió a Mata Hari en el chivo expiatorio perfecto.
Así, una mujer independiente, una divorciada, una ciudadana de un país neutral, una cortesana y una bailarina, fue ejemplo de lo que podría pasar si la moral era floja. El juicio, publicitado y breve en extremo, llevó a la única condena posible: la muerte. Un pelotón de fusilamiento le quitó la vida el 15 de octubre de 1917, y les lanzó un beso al morir.
Muerta a los 41 años, Mata Hari es todo un personaje de leyenda. Aunque han pasado muchos años, aún no se conoce casi nada de su verdadera historia. Unos la tildan de mujer amoral dispuesta a todo para vivir entre lujos, otros la tienen como una mujer inconsciente, víctima de su propia fatalidad.
“No sé si en el futuro se me recordará, pero si así fuera, que nadie me vea como a una víctima sino como a alguien que nunca dejó de luchar con valentía y pagó el precio que le tocó”, dijo Mata Hari, ícono de lucha contra cánones, por ser una mujer independiente y libre. “¿Puta? Sí, pero traidora, ¡Nunca!”, fueron sus últimas palabras al tribunal.