Duques de Luxemburgo, foto de Surtsicna 

Cuando el 14 de febrero de 1981 María Teresa Mestre Batista se casó con Enrique de Luxemburgo, el Gran Duque Heredero de la dinastía europea; de las más añejas; llevaba unos “zapatos de vidrio” que incluían la oposición de la suegra y la madre de la suegra, pero protegidos por el amor de su consorte, conquistado mientras estudiaban Ciencias Políticas en Suiza.

Hija de familia cubana exiliada desde 1956, rica y criada en Europa, la futura Marie Therese de Luxembourg, no era una Cenicienta en toda regla, pero su origen plebeyo y cubano le “jugaban en contra” en el aprecio de la madre y abuela de su amor. Las estiradas “sangre azul” le llamaban “petit cubain” o “la creole” (pequeña cubana o criolla).

Maritere en aprietos

Pero María Teresa, como buena portadora de su sangre roja y caliente, se pasó por la orla del vestido nupcial tales oposiciones. Vio con paciencia cómo la primera de las ancianas pasó a mejor vida y luego la segunda. Se convirtió en Gran Duquesa de un país donde el que no es rico, es porque es demasiado rico y empezó a llevar las riendas de su casa, donde el marido “a todo dice que sí”.

Pero los luxemburgueses ahora miran para el palacio, donde se calentó la cosa, pues un informe encargado por el parlamento acusa a la “Cenicienta cubana” de derrochadora, tiránica y otras perlas, lo que el Gran Duque criticó diciendo que “no tiene sentido atacar a quien no se puede defender”, pero sin poder evitar que se le aparte de la toma de decisiones.

Los zapatos de vidrio de María Teresa parecen quebrados y ella caminar sobre el vidrio roto. Quizás el exotismo de la “cenicienta cubana” ha perdido brillo, pero a pesar de su ahora silencioso paso, pocos dudan que quien se impuso en la realeza por tantos años y que dotó al Gran Ducado de cinco herederos, pueda sortear las heridas y salir con la frente en alto. No en vano lidió airosa con dos madrastras malvadas.

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