Nicolás Maduro. Foto de Jeso Carneiro, (CC BY-NC 2.0)

La accidentada reunión de la CELAC demostró que no solo la integración latinoamericana es una utopía, sino que las ideas de los gobiernos de la región son irreconciliables. En una reunión de demócratas el anfitrión regaló halagos al represor cubano Miguel Diaz Canel y el presidente no invitado, Nicolás Maduro, tuvo más libertad de expresión que los dignatarios allí reunidos por derecho. En América Latina hace mucho tiempo que las cosas no son como la lógica impone que deben ser. 

En la región aplaudimos una izquierda conservadora que promueve valores semifeudales donde la soberanía radica en el gobernante y los privilegios se conceden a sus nobles enchufados mientras que el vulgo se entrega a la orgía de la miseria. La libertad de expresión, afiliación y participación política son pecados capitales. En Nicaragua competir contra Ortega en las elecciones te garantiza la cárcel, en Cuba marchar pacíficamente o expresarse en Facebook es considerado terrorismo.  

El triángulo radical “Caracas-Managua-La Habana” ha demostrado en su política común que el soberano es el rostro que gobierna el sistema autoritario, al mejor estilo del conservadurismo de la corte de Luis XIV. Diaz -Canel, Ortega y Maduro pueden citar a todo pulmón y sin pena al autócrata de Versalles: “Yo soy el Estado”. Ellos son la fuente de todo poder y legislación, el vivo ejemplo del “Despotismo ilustrado”. La oposición es aplastada, obligada a emigrar, condecorada con años de cárcel y en el común de los casos a que el Señor les dé el descanso eterno. 

Los monárquicos de hoy

Lo que llamamos izquierda en estos tiempos en América Latina tiene mucho más de la derecha original. Estos conceptos de tendencias políticas provienen de la Revolución Francesa. En aquel entonces los conservadores Girondinos se sentaban a la derecha del Rey para defender privilegios de nobles, mientras que a la izquierda se escuchaban las demandas de la burguesía radical que pujaba por cambios que le dieran derechos y poder político real, casualmente esos mismos derechos liberales que piden los pueblos de Cuba, Nicaragua y Venezuela.

En lo económico las monarquías europeas y sus defensores representaban el mercantilismo, un sistema capitalista arcaico donde el Estado decía con quién comerciar y cómo comerciar, las trabas burocráticas eran el pan nuestro y los impuestos asfixiaba a los productores.Cualquier coincidencia con la actualidad, es pura coincidencia. No es de extrañar que los levantamientos revolucionarios del siglo XVIII llegaran tras el aumento de los impuestos y la represión a las protestas. 

El socialismo del siglo XXI no es capaz de ocultar su afición por el control estatal de las industrias y en algún lugar del Orinoco se hizo famoso el sonado: ¡Expropiese!. En la Cuba castrense, desde 1968, los taxis, tiendas, y hasta el carrito de frituras paso a ser propiedad del Estado, sin exagerar, ni a Luis XVI se le habría ocurrido perder la cabeza de tal manera.  Hasta hoy en aquella isla exportar e importar desde el sector privado es una Odisea, para no hablar del viacrucis para conseguir legalmente materias primas en el monopolio estatal de abastecimiento. 

Más Estado menos Mercado

En Venezuela y Cuba las fórmulas económicas que han incluido control de precios han generado escasez y han acentuado la inflación. A pesar de que estos modelos de capitalismo arcaico (mercantilista) fueron superados por Estados Unidos y Francia hace más de 200 años. El peronismo, esa fusiforme doctrina que comulga muchas veces con Sao Paulo, ahora ve sus bases corroídas por el ideal libertario que busca retomar los criterios básicos del liberalismo original de Adam Smith (1723-1790). 

Resultará escandaloso hablar de un Javier Milei revolucionario de izquierdas que defiende las ideas que derrocaron al conservadurismo estatista del siglo XVIII que tiene la manía de reinventarse bajo discursos populistas contemporáneos. Pero es fundamental volver a la Historia para comprender los valores del liberalismo. Ahora el reto para los defensores del mercado es organizar propuestas sociales que cubran salud, educación y calidad de vidas para aquellos que no serán emprendedores y que las malas condiciones los hacen ser voto seguro de la derecha socialista. 

Revolución liberal

La batalla permanente entre los burócratas del Estados extendido y los defensores del mercado y las libertades individuales, se libra en el campo de la política con ferocidad creciente. En América Latina es necesaria una reforma consciente de la Corruptocracia. Siendo realistas, los pueblos han llevado al poder a los oportunistas del siglo XXI por la mala gestión de las mal llamadas derechas. En la región es necesario un poco de sindéresis para acabar con los pactos de las familias oligarcas que sumen a las naciones en modelos político-económicos similares a los del Socialismo. 

Un nuevo período liberal y liberador se acerca. Esperemos que tenga más éxito que los intentos del siglo XIX y XX. Tenemos una centuria de atraso, el necesario paso atrás para recuperar las libertades individuales se impone. Solo cuando la mayoría de los gobiernos latinoamericanos sean defensores del libre mercado se podrá hablar de integración latinoamericana… Y a esa novela le faltan muchos capítulos para el final.