Antaño el sabio Esopo contaba la fábula del pastorcito mentiroso, acostumbrado a gritar ¡lobo!, para entretenerse a costa de sus vecinos, con la moraleja de perder veracidad, respeto y atención de estos, además de las ovejas cuando el lobo llegó de veras.
En los tiempos de postverdad que vivimos, se ha vuelto una costumbre lamentable y ya cansina el gritar ¡fraude!, cuando las elecciones no dan los números y victorias que los perdedores ansían. Y pareciera entronizarse en el hemisferio Occidental, aunque no es ni mucho menos, privativo de este.
EL GRITAR FRAUDE COMO DEFENSA
Ejemplos sobran, pero para muestra de lo dicho basta el botón peruano, el más actual. Pedro Castillo no ha podido ser proclamado presidente, porque Keiko Fujimori se empeña en impugnar actas, votos y hasta la elección, porque; siempre según ella; hubo fraude en su contra. Ni veedores ni analistas le hacen cambiar de idea.
Más cercano en el tiempo están las elecciones en Bolivia, donde tras un año de gobierno impuesto por el golpe de Estado a Evo Morales – en mi criterio, no debió presentarse a nuevos comicios pues cuadros a su partido no le faltaban – fue derrotada la oposición al MAS y esta movilizó a sus votantes porque según ellos… ya adivinaron: “Hubo fraude”.
En las elecciones argentinas de 2019, cayó Macri ante una alianza de partidos encabezada por el peronismo, convirtiéndose en el único presidente de los últimos años que no se reeligió. Sus seguidores inundaron redes y calles al grito ya consabido, ignorando el batacazo recibido en las primarias (previas) a la elección general.
LA POSTVERDAD EN SU SALSA
En los casos de Bolivia y Argentina, el signo de estos tiempos de postverdad se magnifica si; analizando con el nivel de un niño; se piensa en que los derrotados manejaban el Estado con sus instituciones, incluido el sistema electoral. Todo es parte de una estrategia política y antiética que se resume en algo simple: “Porque yo lo digo es así”.
Y allá van los anti a manifestarse, a enviar cadenas de whatsapp “que certifican” lo que dicen, a contar que el hijo de la cuñada de un tío, conoce a un fulano que trabaja en… y por ese medio sabe que… y está todo dicho, y así es. El “otro bando” es ilegítimo y ganó con trampa. Si no fuera porque está en juego el destino de países y pueblos, sería risible.
El otro componente esencial en esta práctica que ya es casi ideológica son los medios de comunicación, encargados de repetir y amplificar hasta el cansancio el discurso de los perdedores (cuando son afines ideológicamente), para dar el viso de autenticidad requerido y sembrar en la programación de los seguidores la emoción; que no la prueba; del engaño.
LA NUEVA FÁBULA
Asalta una cuasi duda existencial: ¿cuál es la realidad?; ¿qué es lo que verdaderamente se vive? Es meritorio hoy saberlo, acercarse aunque sea un poco a lo verdadero. Si se atiene cualquiera a lo que visto en diarios, revistas, canales de televisión e internet es una cosa; cuando se buscan alternativas, o se piensa; generalmente es otra.
Si se contempla (activamente) la profundidad de los candidatos, sus propuestas y actitudes, llega la debacle. Arturo Jauretche, un político y escritor argentino del siglo pasado dijo: “Cuando la clase media anda bien, vota mal y cuando anda mal, vota bien”, sumun de una realidad que (se creería) no resiste análisis si se quiere entender y que ilumina a quien pretenda vislumbrar lo cierto por encima de pataleos y berrinches postelectorales.
No es raro ver los spots electorales reiterados hasta el cansancio: alguien casi en un big close-up diciéndote: “No te vamos a mentir, podes vivir mejor, no te vamos a quitar nada de lo que tienes, queremos CAMBIAR lo que está mal, la corrupción, el robo, bla, bla, bla…” Auguran sinceridad, dicen “Yo soy tu opción”. Y la gente les cree y se fanatiza.
EL LOBO O EL FRAUDE DE ESTOS TIEMPOS
Jacques Derridá, filósofo argelino emitió su concepto de “Deconstrucción”: una estrategia, nueva práctica de lectura que revisa y disuelve el canon en una negación absoluta de significado pero no propone un modelo orgánico alternativo. La racionalidad sistemática, un mundo en el que todo tiene sentido, se va al carajo.
La deconstrucción es la imposibilidad de que el mensaje tenga sentido. Es pura alegoría y por tanto ni es único ni obvio. Con otras palabras: la realidad puede ser otra de la que ves. Tus ojos y sentidos te engañan: es el mensaje; sin ningún sentido a simple vista; el que propone y hace la realidad. Las filias y fobias, las emociones, son lo que vale.
Entonces, no tiene nada que hacer la ética ni mucho menos la verdad en esta fábula. Ante el peso de lo necesario para ganar y/o mantener estatus y privilegios no importa mentir o “acomodar” la realidad. No importa que cualquier prueba apunte o desnude la verdad, si alguien “siente” que hubo fraude, respalda, apoya y grita por el “afectado”.
Y así va este hemisferio, haciendo poco uso del hemisferio cerebral que realiza el análisis y procesa datos para llegar a conclusiones. Estas ya están, te las dicen los derrotados y lo aseveran con visos de certeza absoluta los que supieron por el hijo de la cuñada de un tío, que conoce a un fulano que trabaja en… y a gritar ¡Fraude!