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Esta profesión de escribir, o por lo menos de intentar hacerlo de una manera digna, tiene a veces más lamentos que glorias. Sin embargo, unas de las experiencias más dulces que he tenido a lo largo de mis casi 15 años como periodista fue entrevistar a la actriz estadounidense Geraldine Chaplin, en cuyos ojos pude reconocer a su padre, aquel genio de la cinematografía del siglo XX.

Ocurrió en el Hotel Nacional de Cuba durante en una de las ediciones del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano cuando yo trabajaba para la agencia Prensa Latina. No recuerdo si fue de mañana o de tarde, lo que no olvido son aquellos minutos en los cuales la escuché hablar -en perfecto español- acerca de sus consideraciones sobre el séptimo arte y su amor por La Habana.

Geraldine y Chaplin

En la plática no solo pude reconocer vestigios de su talento, sino de la profunda admiración que la conecta todo el tiempo con su padre, el gran Charles Chaplin (1889-1977), quien revolucionó el cine en la primera mitad del siglo pasado.

Y es que la mirada de Geraldine contrasta con aquellos ojos curiosos, tristes por momentos, de Chaplin. Claro, se trata de su progenitor, pero la conexión de la que hablo va más allá de un parecido físico y se ancla donde nacen las emociones.

Era inevitable la pregunta sobre cuánto influyó en ella el realizador de clásicos como La quimera de oro, Tiempos modernos y El gran dictador, entre otros.

Creo que esperaba la pregunta, y casi sonriendo confesó: “Mi padre ha abierto todas las puertas para mí, este apellido es mágico porque no solo fue el gran genio del cine, sino el hombre más querido del séptimo arte”.

Geraldine conoció el cine de su mano y de la de sus hermanos en la película Candilejas, para después reafirmar sus facultades interpretativas en las cintas Secuestro bajo el sol y Doctor Zhivago.

AMOR POR LA HABANA

Fue en la década de 1980 cuando La Habana abrió sus brazos por primera vez a la actriz para así comenzar un intenso y duradero romance capaz de vencer el inexorable paso del tiempo.

“Para mí La Habana es romance, aquí fue concebida mi hija”, explicó sin esconder su fascinación por la capital cubana. Por tal motivo, a esa urbe no solo la une su amor por el séptimo arte, sino que existe un vínculo emocional que va más allá de la creación fílmica.

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Geraldine, de 76 años, fue distinguida en 2002 con el Premio Goya a la Mejor Actriz de Reparto por su trabajo en la cinta En la ciudad sin límites, del cineasta español Antonio Hernández y hace tres años protagonizó Red Land (Rosso Isreia), una película italiana de Maximiliano Hernando Bruno.