
Una mañana de invierno de 2021 salí de excursión con familiares y amigos. Nuestro destino era una de las tantas atracciones de Mallorca: el Castillo de Alaró, ubicado en la cima de una montaña. No sé por qué razón pensamos que solo caminaríamos 20 minutos. Aquella ilusión de desandar nuevos senderos dejó de ser una diversión para convertirse en una pesadilla.
Aunque vimos fotos del lugar y sabíamos que estaba alto, dábamos por seguro que se trataba de una expedición sencilla. Aparcamos al llegar al pueblo de Alaró y emprendimos la caminata con agua, plátanos, frutos secos y bocatas.
No imaginábamos que nos esperaba un lago camino de cuatro horas para llegar a un castillo cuyos restos había que ir descubriendo poco a poco. Es cierto que las vistas fueron un regalo, pero casi llegamos moribundos a la cima.

Fueron más de 30 los kilómetros que teníamos por delante. Cuando pensamos que ya casi estábamos al llegar, una chica bajaba a toda velocidad con su perro y -sonriendo- nos hizo señales de que aun quedaba mucho por andar. Nos miramos sorprendidos y un poco preocupados, pero ya era tarde para volver atrás.
CASTILLO DE ALARÓ, UNA EXCURSIÓN PARA NUNCA OLVIDAR
En la medida en que subíamos la pendiente veíamos coches que ascendían para después estacionarse en unos descampados y a partir de allí sus ocupantes iniciaban el camino. Nos mirábamos pensando en lo que habíamos recorrido y todavía no se vislumbraba el castillo.
Mi tío de 60 años fue el capitán del equipo, el que nos animaba a seguir adelante pues no tenía sentido abandonar el reto a mitad de camino. Mis primos y yo nos mirábamos con preocupación porque además con nosotros iba una amiga operada de las caderas.

Descansábamos a ratitos, bebíamos agua y sonreíamos para no llorar. En varios momentos mirábamos con esperanza la cima de la montaña, a la que llegaríamos casi sin respiración y con fatiga muscular.
Poco a poco dejábamos la aridez de los caminos y nos adentrábamos en una cuesta de piedras que daba testimonio de los restos de una construcción muy antigua, erigida entre los años 902 y 1229.

ALARÓ, DE LA DIVERSIÓN A LA PESADILLA
Ya en la cima todos nos miramos -medio muertos, pero satisfechos- porque el milagro se había hecho realidad. ¡Lo habíamos logrado! Casi de golpe caímos sobre unas piedras exhaustos y sin pensar mucho en el regreso.
Recobradas las fuerzas, comenzamos a disfrutar del paisaje a más de 800 metros de altura y pudimos admirar las ruinas de lo que fue el Castillo de Alaró, uno de los tres castillos de Mallorca denominados roquers (roqueros).

Cuenta la historia que, en el año 1229 durante la conquista de la mayor de las Islas Baleares, un grupo de musulmanes mallorquines huyeron ante la proximidad del rey Jaime para luego establecerse alrededor de los castillos de Santuari, del Rey y Alaró.

En el monte donde se encuentra la fortaleza existen yacimientos arqueológicos de la cultura talayótica y se cree que durante la dominación del Imperio romano se construyó algún tipo de fortificación. Además, también hay huellas en esa tierra de lo que fue el Imperio bizantino.
A ALARÓ NO REGRESAREMOS
Fueron muchas las fotografías que todavía miramos y compartimos con amigos. La experiencia fue buena, pero todos coincidimos que al Castillo de Alaró no regresaríamos, por lo menos no de la manera en que lo hicimos aquella vez.
Y es que mucho después supimos que -generalmente- la excursión se iniciaba desde el restaurante Es Verger, que está de camino al fuerte y cuenta con dos espacios amplios para aparcar.

Las vistas fueron fantásticas. Y además del paisaje, vimos la ermita y la hospedería que también pueblan aquel desolado lugar. Cuando buscamos contenedores para tirar la basura descubrimos que no hay. Y claro, es muy simple. ¿Quién bajaría la basura desde semejante altura?
Así que ya lo sabes. Si un día viajas a España no dejes de visitar Mallorca. Y si apuestas por las excursiones no dejes de hacer la del Castillo de Alaró, pero recuerda no iniciarla desde el pueblo para que una experiencia tan bonita no se convierta en una pesadilla.