Una de las series que hoy marca tendencia en Netflix es El juego del calamar, un espectáculo retorcido de poder que expone lo peor de los seres humanos y de lo que son capaces de hacer para sobrevivir. Así, la historia de ficción ilustra -de manera muy ingeniosa- buena parte de la realidad actual.

Si bien Corea del Sur sorprendió con Parásitos (2019) hasta conseguir el Oscar a la mejor película (un apartado conquistado casi siempre por producciones occidentales), ahora consigue plantar al espectador frente a la tele por horas.

Hundidos en dificultades económicas, cientos de personas son invitados a participar en un juego de supervivencia cuyo premio será una suma millonaria que podría cambiar sus vidas. Sin embargo, el camino al triunfo será un pequeño infierno.

Viviendo al límite todo el tiempo, muchos de los jugadores tendrán que recurrir a recuerdos de la infancia para pasar las pruebas. Identificados por números, serán blanco de una guerra en cual solo subsistirán los más fuertes, aunque el físico no será el factor determinante.

EN LOS JUEGOS UN REFLEJO DE LA VIDA

Cada jugador llega a la competencia como resultado de una situación personal determinada. Elijen participar y se lo juegan todo porque no tienen nada que perder, y sí algo que ganar. Y es que si contrastáramos la enjundia de la serie con la realidad del mundo contemporáneo no la sentiríamos tan ajena.

En esa cuerda, el audiovisual va más allá de la denuncia social para ilustrar lo cruel y despreciable que pueden ser los seres humanos cuando se trata de intereses. También presenta el placer que despierta en unos el sufrimiento de otros.

Delincuentes, deudores, estafadores, ladrones y asesinos conforman el equipo de 456 jugadores que -sin saberlo en un principio- serán sometidos a una especie de purga quizás pensando en mejorar una sociedad que para nada los echará de menos.

Justo hice la aclaración anterior pues, teniendo la oportunidad de dejar atrás los desafíos, casi todos los participantes regresan al juego después de que la gran mayoría decidiera salirse del pequeño infierno para regresar una realidad no menos cruda.

EL JUEGO DEL CALAMAR, ATRACTIVO Y SUTIL

Estrenada hace pocas semanas, el audiovisual de nueve capítulos ha ganado seguidores en diversas regiones del orbe porque logra que el espectador se sienta identificado con los conflictos hasta el punto de no tener claros los límites entre lo bueno y lo malo.

Juegos simples, pero el que pierde muere. No hay segundas oportunidades. Incluso, los medios muertos tienen un destino mucho peor que los que asesinan al instante. Aunque ya han sido marginados por la sociedad, para los jueces (VIP) solo son solo números.

En cada personaje podremos encontrar un trozo de alguien conocido. Incluso, en alguno puedes reconocerte tú. Porque no todos son despreciables y malos. Hay quienes -siendo débiles- se dejaron arrastrar por vicios y tentaciones, sin embargo, ¿no es la debilidad una característica totalmente humana?

Un desempleado y adicto al juego, un desertor de Corea del Norte, un inmigrante pakistaní, una carterista y un profesional frustrado por malas inversiones son solo algunos elementos que retratan la desigualdad social.

¿QUÉ ES EL JUEGO DEL CALAMAR?

En el juego del calamar los participantes deben dibujar diferentes formas geométricas (círculo, cuadrado o triángulo) en el suelo, que, en su conjunto, parecen formar un calamar.

De modo que, si un atacante logra atravesar al defensor y entrar en la cabeza del molusco, se proclama a este como ganador. Así pudiera describirse el juego que compartían dos de los protagonistas de la serie cuando eran niños.

Hwang Dong-hyuk escribió y dirigió la serie que de momento no tiene segunda temporada y que además cuenta con banda sonora de Jung Jae-il, la cual apoya de manera acertada el desempeño de los actores en diversas situaciones.

Entretenida y original, El juego del calamar también invita a la reflexión, expone cómo somos capaces de ver al prójimo, aquello que podemos hacer cuando estamos al límite y, -sobre todo- lo vulnerables que podemos llegar a ser.