El río se ve a menos de 200 metros, una red de ramas se interpone en la visión clara desde Matamoros en el lado mexicano hacia Brownsville, Texas, pero se ve el movimiento en la ciudad estadounidense. Desde hace más de un año es un paisaje familiar para Gonzalito, un amigo de años que espera pacientemente su turno de entrada al “sueño americano”.
“Llegué a Tamaulipas a fines de 2019 y al puente internacional el 10 de enero de 2020. Ahí pedí asilo político y hasta acá he tenido que esperar por la audiencia en la corte, primero por la decisión de Trump de cortar casi todas las políticas migratorias de Obama; hasta el “Pies secos – pies mojados” y luego por la pandemia”, me cuenta por teléfono.
Cruzar o no cruzar, esa es la cuestión
Ahora, según Gonzalito, “son cientos los que diariamente se tiran a cruzar” el tramo de varios kilómetros del Bravo que; por su cercanía a la costa del Golfo de México; se vuelve enrevesado, lleno de bancos de arena previo el delta y con una anchura de hasta diez metros en algunas partes, separando a la Heroica Matamoros de Brownsville.
“Esta es región de narcos. Lo dominan todo, hasta los tramos del río y cuánto cuesta el cruce, quién pasa y quién no. Se ve todo sin esforzarse mucho, hasta cómo detienen al otro lado a muchos de los que logran cruzar. Desde que ganó Biden creció la cantidad de gente que llega”, cuenta Gonzalito.
En las varias veces que hemos hablado en los últimos tiempos, se nota la resignación en la voz de este hombre que espera. Es en extremo duro ver de una simple ojeada tu objetivo, casi tocarlo con la mano y no poderlo alcanzar. Ahora se suma la crisis migratoria que crece como bola de nieve y quizás le agregue más tiempo al fin de su ya larga odisea.