
Cuenta gente más sabia que yo que el filósofo estoico Séneca, le aseguró a su ex pupilo, el emperador Nerón: “Tu poder radica en mi miedo; ya no tengo miedo, tú ya no tienes poder”. Si a eso sumamos el maquiavélico “la mejor fortaleza de los tiranos es la inacción de los pueblos”, empezaremos a hilar fino y sin hablar bonito porque el tema se las trae.
Asistimos desde fuera a un espectáculo dantesco en la tierra que nos vio nacer: gente abocada al único compromiso de la subsistencia, más allá de vacuas y añejas consignas que propugnan la necesidad de resistir en pos de un esquivo “futuro mejor”… que nunca llega y detrás del escenario un denominador casi común: el miedo.
Es innegable que existe miedo a disentir y; como afirmaba Séneca; es eso lo que da alas a quienes; desde el ejercicio de un poder casi omnímodo; mantienen el status quo porque es su máxima conveniencia. Ese poder garantiza el disfrute de ventajas y posibilidades por encima de gente con acceso al dólar (léase mantenida por sus parientes emigrados).

Ante tal estado de cosas, hay un número de ciudadanos – tan cubanos como el que más – que han decidido mostrar que “algo anda mal” (por no decir todo) desde el ejercicio de su pérdida del miedo, alejándose de la obediencia que los haría participar de un poder que reverencien.
Mal mirados por muchos, vilipendiados, reprimidos desde todos los ángulos posibles por el gobierno que viola incluso la propia Constitución; aprobada no ha tanto; que garantiza poder pensar y decir en disonancia con lo que estipule el Estado, estos jóvenes han tomado para sí la tarea de perder el miedo y quitar poder, desde el ejercicio de su libertad de ser.
Desde esa tarea autoimpuesta vociferan, gesticulan con guapería, se comen las letras al hablar porque en su mayoría son marginales/marginados por una sociedad cuyo supuesto fin es la de no marginar a nadie y sin embargo lo hace. Pero su mensaje llega y se entiende y extiende, porque la verdad se milita, aun contra un Estado que intenta aplastarlos.
Y hay otros que ven y hablan desde otra dimensión de profesionales y artistas pero el mensaje es el mismo, el de Martí: “Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a su mesa; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir”.
Todos, Luis Manuel, Maikel, Anamely, Tania y un etcétera largo, asumieron que no importa que “la mayoría” los quiera aplastar, en tal mayoría hay descontento, desilusión, rabia y más, frustración de ver a los supuestos líderes de la resistencia marchar protegidos en la grasa de su bienestar, alejados del pueblo y su sacrificio.
Hay cerca de tres millones de cubanos convertidos en Diáspora por la insatisfacción, por el hartazgo. La mayoría no piensa igual y está bien, hasta el Talmud dice que donde hay unanimidad no hay justicia. Algunos han llegado a odiar a tal punto “al régimen” que piden desbocados aprietes, sanciones y hasta guerra. Otros (me cuento) queremos otras cosas.
Un número considerable de la Diáspora pretende que la claque usurpadora de la otrora revolución se largue y deje de usufructuar los beneficios de ser eso: parásitos prebendarios con ínfulas de realeza y justificaciones manidas y absurdas de su poder por encima de la plebe. Me vuelvo a contar.
Y contra esos deseos se ejerce una pelea de pensamiento en la que una simple canción hace temblar los cimientos de lo no construido; más bien de lo destruido en seis décadas; ante la certeza de la ausencia de otros argumentos y de obras. Los demonios no solo vienen de fuera, los mayores están dentro y se sientan a la mesa de los gordiflones.
El fraile dominico Felicísimo Martínez Diez dijo que, “la prepotencia y las actitudes dictatoriales son el disfraz que utiliza el miedo cuando no se atreve a presentarse con el pecho descubierto”. Y hay miedo en Cuba, miedo a hablar lo que todos saben, miedo a actuar ante la amenaza de la diatriba cruel y la crucifixión, en canal y horario estelar.
Hay miedo en ambas direcciones. En la de la claque por perder sus privilegios y en la del común por esa prepotencia dictatorial ante el disentir. La base esencial del poder político radica en la sumisión y el conformismo y al cubano le han impuesto someterse y conformarse.
Ninguna consigna llena el estómago, ni una cola eterna garantiza la comida, siempre esquiva en una tierra antaño productiva y hoy abandonada a espinosos bosques. Esa es la realidad que no aceptan los del Movimiento San Isidro, los que desde adentro y desde fuera pretendemos que la nuestra sea de veras una tierra con TODOS y para el bien de TODOS.
“Nadie en el mundo, nadie en la historia ha conseguido nunca su libertad apelando al sentido moral de sus opresores”, afirmó Assata Shakur quien vive allá mismo y sabe lo que es discriminación y enfrentarse a ella. Paradojas y sinsentido de una revolución secuestrada para bien de unos pocos: defender la libertad ajena y proscribir la de los propios.
Cada vez son menos los que consumen la realidad fabricada a través de los medios oficiales de comunicación. No pueden creerse sobrecumplimientos y abundancia en pantalla cuando la cocina tiene telarañas. Es inevitable el comparar la abundancia de unos pocos “luchadores por el bien del pueblo” con el mal que propagan a sus “defendidos”.
Pero el miedo existe y se agiganta, porque no hay libertad de ser. Ya lo decía Eric Fromm: “La libertad y la capacidad de desobediencia son inseparables, de ahí que cualquier sistema social, político y religioso que proclame la libertad pero reprima la desobediencia, no puede ser sincero.” Y la sinceridad en Cuba brilla por su ausencia.
La principal tarea del ser humano en la vida es darse a luz a sí mismo para poder convertirse en lo que realmente es: alguien más noble, más fuerte y más libre. ¿Puede brillar alguien cuya luz se apaga entre colas, miedo a decir lo que piensa y padece? ¿Puede crecer y empoderarse el que recibe el NO por respuesta a cualquier empeño de hacer?
Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa y no lo digo yo, sino uno de los iluminados de la Libertad de la Revolución Francesa: Montesquieu. No hay justicia en la falta de libertad, en el miedo como barrera constante y creciente, como sedante paralizador de la vida y eso tiene que cambiar.
Para eso deben pasar unas cuantas cosas, pero lo primero es liberar nuestra mente para llegar lejos. Me quedo con el aserto de alguien a quien admiro mucho; el Subcomandante Marcos: “El primer territorio a ser liberado es nuestra cabeza”.