El 13 de agosto de 1521, tras un mes de asedio, se producía la caída de Tenochtitlan, (o México-Tenochtitlan) capital del imperio mexica, también llamado azteca. El conquistador Hernán Cortés lograba dominar un imperio por la violencia, la viruela y el concurso insuperable de una vagina.

Tenochtitlán (lugar de Ténoch, «tuna de piedra»), se fundó en una isla en el lago de Texcoco en 1325, por antepasados de los mexicas que vieron un águila posada sobre un nopal (origen del escudo de México). Fue llamada Cuauhmixtitlan («lugar del águila entre las nubes», en náhuatl) y renombrada por Acamapichtli en 1376 como homenaje a Ténoch.

Los mexicas (aztecas) habían desarrollado un complicado sistema de gobierno que involucraba una intrincada combinación de guerra, asombro, miedo, religión y alianzas estratégicas. Los aztecas eran el socio más poderoso de la Triple Alianza de Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba, tres ciudades-estado cercanas entre sí en el Valle central de México.

La capital de los mexicas se convirtió en una de las mayores ciudades de su época en el mundo como cabeza de un poderoso estado dominante de gran parte de Mesoamérica. La ciudad floreció por el tributo de los sometidos y al llegar los españoles, muchas naciones indígenas se aliaron con ellos para librarse de la dominación tenochca.

Cuauhtémoc – último tlatoani (emperador) de México-Tenochtitlan – encabezó la resistencia de la ciudad, postrer bastión del imperio mexica y testigo de los macabros rituales y sacrificios de los nativos. Según Andrés de Tapia y Gonzalo de Umbría, contaron hasta 136.000 cráneos que formaban el tzomplantli principal de Tenochtitlan, un muro construido con calaveras de guerreros enemigos.

Hernán Cortés. Foto: Retrato pintado por Juan Aparicio Quintana, en el Ayuntamiento de Medellín. Dominio Público

LA VIOLENCIA

Hernán Cortés, conquistador español nacido en Extremadura, subordinado (insubordinado) del “Adelantado” Diego Velázquez en Cuba, fue enviado por su jefe a explorar Yucatán, pero las intenciones del extremeño iban más allá y Velázquez lo supo, por lo que ordenó su arresto. Cortés se embarcó antes de ello y llegó a México en 1519.

Y entonces se creó la leyenda de la “quema de las naves”, pues lo que sí hicieron fue agujerearlas para que no pudieran navegar. Usaron la madera para las fortificaciones de Veracruz y los aparejos de metal fueron guardados y se emplearían después en la construcción de bergantines para atacar México-Tenochtitlan.

Al eliminar la vía de escape rápido, los españoles ganaron la confianza de sus aliados mesoamericanos. “Si, a la larga, la decisión de destruir las naves resultó favorable a los expedicionarios fue gracias a estas alianzas, más que al genio de un individuo”, indica Guilhem Oliver, del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH) de la UNAM.

Aunque la percepción de los mexicas respecto a los españoles pudo verse influenciada por presagios y otras creencias religiosas, no significó una actitud sumisa de los tenochcas, «la voluntad inquebrantable de Cortés y su gente por triunfar aún fue más trascendente».

LAS ARMAS

Al inicio de la expedición los españoles tenían 32 ballesteros y 13 escopeteros. Antonio Espino López, especialista en la Conquista de México, calcula que Cortés dispuso de 1.965 hombres, de los que murieron 1.181, el 60%. Muchos menos que los mexicas o los aliados de los españoles, que fueron decenas de miles, pero un porcentaje altísimo para una campaña militar.

Y parte de los aliados tlaxcaltecas, cholultecas, chalcas, de Huexotzinco, de Tetzcocoy de Tlalmanalco abandonaron los campamentos hispanos. Según el cronista y conquistador Bernal Díaz del Castillo, de los 24.000 guerreros aborígenes apenas quedaron 200, pero con ellos se logró la caída de Tenochtitlan.

Cortés intentó acercarse a Cuauhtémoc y le prometió mantenerlo como tlatoani si aceptaba ser vasallo del rey Carlos V, pero el caudillo se mostró indomable. Por lo que lanzaron una última ofensiva sobre el barrio de Amáxac, donde los cadáveres eran pisoteados por los vivos ante la falta de espacio. Muchos mexicas imploraron la muerte para no ser testigos del fin de su mundo.

Entrada de Cortés en México-Tenochtitlán previa a su entrevista con Moctezuma. Foto: Cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau. Dominio Público

LA CAÍDA DE TENOCHTITLAN

Cuando se perseguía al enemigo y la victoria parecía cercana, el contraataque de tropas camufladas de Cuauhtémoc en una calle estrecha y medio inundada, sorprendió a los hombres de Cortés, que entraron en pánico y huyeron. Algunos españoles y aliados aborígenes fueron capturados. Según distintos cronistas, cerca de 50 castellanos murieron.

Los mexicas apresaron al propio Cortés, pero le salvó Cristóbal de Olea, matando a estocadas a cuatro de los captores. A los prisioneros, en ceremonias nocturnas, con grandes fuegos, gritos y tambores, les sacaron los corazones y clavaron sus cabezas en picas delante del templo de Mumuzco.

Y el 28 de julio, las avanzadillas de Pedro de Alvarado lograron entrar en el mercado de Tlatelolco. Cortés trepó hasta el Templo Mayor, escenario de los rituales y sacrificios mexicas, donde “hallamos ofrecidas antes sus ídolos las cabezas de los cristianos que nos habían matado”.

Para defenderse del último ataque, los mexicas armaron incluso a sus mujeres, pero no bastó. Cuauhtémoc, antes de rendirse, trató de huir, pero fue capturado. Según relata Bernal Díaz del Castillo, el tlatoani trataba de escapar a bordo de medio centenar de canoas acompañado de la élite guerrera que quedaba con vida tras la caída de Tenochtitlan.

Y lo llevaron frente a Cortés, solicitó la muerte, pero no se le concedió. En ese punto, según el caudillo castellano, «cesó la guerra, a la cual plugo a Dios Nuestro Señor dar conclusión en martes, día de San Hipólito, que fue 13 de agosto de 1521 (sic)».

LA VIRUELA

Ante la desobediencia de Hernán Cortés a los mandatos de Diego Velázquez, cuando embarcó hacia México, aquel enojado, envió a Pánfilo de Narváez con instrucciones de capturarlo vivo o muerto, pero tras un período de luchas, muchos de sus seguidores se pasaron a las filas de Hernán Cortés.

Y finalmente Narváez fue derrotado en Cempoala, Veracruz el 24 de mayo de 1520, herido con una lanza en un ojo por el piquero Pedro Sánchez Farfán, soldado de Cortés, hecho prisionero y trasladado a la Villa Rica de la Vera Cruz, donde estuvo cerca de dos años. El resto de sus hombres se incorporó al ejército del conquistador extremeño y batallaron por la caída de Tenochtitlan.

Lastimosamente, entre los 900 integrantes de la expedición de Narváez, venía un esclavo negro infectado de viruela, enfermedad que se esparció y causó gran mortandad entre los aborígenes, que no contaban con anticuerpos para una enfermedad totalmente desconocida para ellos.

La viruela mató a muchos indígenas no solo aliados de Cortés, sino también entre los mexicas, lo que debilitó aún más la defensa y ayudó a la caída de Tenochtitlan, objeto de un sitio prolongado con la consiguiente escasez de alimentos, normal en tales casos. Fue uno de los aspectos más negativos de la llegada de los conquistadores a México.

Malintzin (la Malinche), en un grabado mexicano de 1885. Foto: Wikimedia Commons. Dominio Público

LA VAGINA

Y hemos de referirnos a uno de los puntales de la conquista de Mesoamérica y la caída de Tenochtitlan: Malintzín, “Doña Marina” o “Malinche”, una indígena entregada a Cortés como esclava en 1519, que le ayudó a interpretar el náhuatl, idioma del imperio mexica. Fue invaluable para Cortés, no solo tradujo, lo ayudó a comprender la cultura y la política locales y fue su amante fiel.

Su nombre original era Malinali. Nació alrededor de 1500 en la ciudad de Painala. Hija de un cacique local y su madre de la familia gobernante de Xaltipan. Su padre murió cuando Malinche era niña, su madre se casó con otro señor local y le dio un hijo. Deseando que el niño heredara las tres aldeas, la madre de la Malinche la vendió en secreto, y le dijo a la gente del pueblo que había muerto.

Tras el desembarco de Cortés cerca de Potonchan, la lucha con los indígenas locales y su derrota, los líderes pidieron la paz, trajeron comida y 20 mujeres, una de ellas la Malinche. Fue bautizada como Doña Marina. Cortés se dio cuenta de lo valiosa que era y la recuperó de Alonso Hernández, uno de sus capitanes, a quien había sido dada.

La Triple Alianza había subyugado a casi todas las tribus importantes en el centro de México, con un sistema muy complejo que los españoles no entendían y la Malinche no solo tradujo las palabras que escuchó, sino también ayudó a los españoles a comprender conceptos y realidades que necesitarían comprender en su guerra de conquista.

MALINCHE, LA CAÍDA DE TENOCHTITLAN Y DE UN IMPERIO

Y al entrar en Tenochtitlan y tomar de rehén al emperador Moctezuma, Malinche fue intérprete y consejera. Cortés y Moctezuma hablarían y había que dar órdenes a los aliados tlaxcaltecas. Cuando lucharon contra Narváez, llevó a la Malinche y al regresar a Tenochtitlán después de la Masacre del Templo, lo ayudó a calmar a la población enojada.

Doña Marina procreó con el extremeño a Martín Cortés, el primer mexicano mestizo conocido con nombre y apellido, reconocido por el conquistador legalmente y también por decreto papal. Pero murió abandonada por su amante, quien tras adueñarse de su imperio, la instó a casarse con Juan Jaramillo y trajo a su esposa desde España.

Olvidó que cuando los españoles casi murieron durante la Noche Triste, el mismo Cortés asignó a algunos de sus mejores hombres la defensa de Malinche, que sobrevivió a la caótica retirada. Y cuando Cortés reconquistó la ciudad, a la caída de Tenochtitlán, la Malinche estaba a su lado. Rodríguez de Ocaña, otro conquistador, afirmó que “después de Dios, la mayor razón para el éxito de la conquista fue Marina”.