“¡Ciudadanos: la mujer en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora hermosa, en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas, el cubano consagrará también su alma generosa a la conquista de los derechos de la que es hoy en la guerra su hermana de caridad! Ciudadanos: aquí todo era esclavo; la cuna, el color, el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo ¡Llegó el momento de libertar a la mujer!”…
Estas palabras ardientes iluminaron más que las antorchas la Plaza de Armas de Guáimaro; actual cabecera del municipio homónimo en Camagüey, provincia del centro oriente cubano; la noche del 14 de abril de 1869 aún resonando los ecos y flotando en el aire la pólvora de los disparos que festejaron la primera Constitución de la República de Cuba en Armas. Las antorchas emulaban con el fuego emanado de quien las pronunciara: la joven Ana María Betancourt Agramonte.
Ana Betancourt, la mujer
Nacida en Camagüey; antaño Puerto Príncipe; el 14 de febrero de 1832, Ana pertenecía a una familia de abolengo, de la que; por ambas ramas; emparentaba con ilustres nombres y a la postre excelsos patriotas, entre ellos el Héroe Epónimo del Camagüey: el Mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz (del cual desciende el gentilicio de “agramontinos” que con tanto orgullo ostentamos los nacidos en esa tierra) y Salvador Cisneros Betancourt, dos veces Presidente de la República en Armas.
Ya mayor de edad conoció al joven abogado Ignacio Mora de la Pera, también de ilustre familia con quien se casa el 17 de agosto de 1854. Su esposo promovió el ávido interés de Ana en ampliar conocimientos. Gracias a esto y su dedicación estudio inglés y francés y alimentó su espíritu con rica literatura, llegando a convertirse en una mujer culta.
Mora, de ideas independentistas, se alza en armas por la libertad de Cuba en Las Clavellinas junto a Ignacio Agramonte, en noviembre de 1868, días después de Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua. Ana le despide y le exige: «Úneme a tu destino, empléame en algo, pues, como tú, deseo consagrarle mi vida a mi Patria». Su casona familiar se trueca en punto de descanso de correos desde y hacia la manigua, almacén de armas y medicamentos. Hasta que debe partir ella misma junto a Mora, con quien comparte todos los avatares de la lucha.
Ana, Guáimaro y la Historia
No está claro para los historiadores si fue en el propio foro de la Asamblea de Guáimaro o dos días después, cuando defendió el derecho de la mujer a ser reconocida como igual y a que se le permitiese luchar por la libertad de su patria. Algunos afirman que presentó una petición por escrito, animada por su esposo, en favor de la igualdad de derechos para las mujeres cuando quedara establecida la República, otros aseguran que ella misma se dirigió a los asambleístas. Lo que sí está claro es el aserto del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, primer Presidente de la República en Armas: “en Cuba el historiador del futuro tendría que decir que una mujer se adelantó un siglo a su época”.
Y no importa dónde lo dijo, lo más resaltante es el asombro entre aquellos próceres inmersos en legislar para una República aún en ciernes e inmersa en combates por su propia existencia, ante la figura de aquella joven alta, de pelo tan negro como sus ojos, de los que brotaba un fuego de premonición, el arrebol de quien defiende con pasión extrema lo que piensa… y lo dice sin tapujos. Y es escuchada Ana.
Años más tarde, el más universal de los cubanos, el Apóstol de la Independencia José Martí, elogiaba el ímpetu de la primera feminista cubana y se refería a su intervención en Guáimaro diciendo: “la elocuencia es arenga, y en el noble tumulto, una mujer de oratoria vibrante, Ana Betancourt, anuncia que el fuego de la libertad y el ansia del martirio no calientan con más viveza el alma del hombre que la de la mujer cubana…”
Captura
Es capturada dos años después en La Rosalía, cerca del Chorrillo (Najasa; unos kilómetros al sur de Guáimaro) donde el enemigo los sorprende. Una rápida estratagema de Ana permite escapar a su esposo, pero las tropas españolas la apresan y es llevada cerca de Santa Cruz del Sur, donde enferma de reuma, sufre el horrible espectáculo de los abusos con los prisioneros. Es deportada, en octubre de 1871, y sale a bordo del vapor City of Merida hacia Nueva York.
En el exilio se dedica a dar clases a cubanos emigrados. En 1875 recibe la dolorosa noticia del fusilamiento de su adorado esposo a manos de los españoles. Obtuvo de un general español el diario de campaña de Ignacio Mora, el que transcribió con el alma en vilo, al conocer sus vicisitudes, y lo difunde como muestra del afán de los cubanos por ser libres. Viaja a Madrid junto a una de sus hermanas y desde allí prosigue su conspiración por Cuba.
A la edad de 69 años contrae una bronconeumonía fulminante que le produce la muerte en Madrid el 7 de febrero de 1901, cuando se preparaba para regresar a su tierra. Sus restos fueron repatriados en 1968, con motivo del Centenario de la Guerra Grande. Ana reposa en su panteón familiar, pero desde su patriótico feminismo sigue elevándose como precursora, con la estela de sus ígneas palabras porque sigue siendo hora de liberar a la Mujer.